Hay novelas con las que los lectores viajan por los oscuros territorios de la fantasía. La Cuba colonial, pintoresca y caótica, que presenta José Miguel Borja, va más allá de la violenta realidad de la histórica vapuleada por los intereses coloniales del Imperio y la leyenda, tratadas a la par, de esa constante que es el exceso de poder.
Pero su originalidad estriba en la penetración psicológica para pintar también las delicias turbadoras del sexo reprimido, las confusiones del espíritu cuando un mundo termina y la utilización por los más sagaces de unas y otras.